Diario D. 10/06/2016
Urgencias.
Madrugada. Colapsado. Estoy en una de las salas donde esperan los pacientes
después del triaje. Todos colocaditos con las caritas llenas de dolor y
tristeza esperando como si fuésemos una colección de zapatos viejos y rotos con
posibilidad de remiendo. Enfermos en procesión de camilla y silla hasta por los
pasillos. Tres reclamaciones en hora y media; un celador está de acuerdo con la
última, añade que a lo mejor en una de estas les cambian las camillas que usan
desde antes de la guerra y así dejan los pacientes de lastimarse y ellos puedan
trabajar en condiciones. Iluso. El timbre de megafonía que suena antes de
llamar por alguien del personal o por un familiar es digno de las mejores
ofertas de vuestro supermercado favorito. De locos.
Justo de
frente a donde me han colocado veo a una señora en medio del pasillo tumbada en
una camilla, es muy mayor, seguramente más de ochenta. Sus ojos son como dos
vidrios opacos y el poco cabello que le queda es completamente blanco. Extrema
palidez y delgadez, como si el esqueleto estuviese luchando para romper la
ajada piel y salir afuera y gritar todo lo que está contenido en ese cuerpo. Se
agita y no para de decir palabras, pero es imposible entenderlas. Respira de
forma irregular. Una bolsa de orina llena de sangre y coágulos cuelga por un
lado. Me da asco su acompañante, un hombre de unos cuarenta años, con un brazo
apoyado en la balda parece demasiado ocupado mirando el teléfono móvil y
escribiendo de espaldas a ella con una sonrisa de medio lado. La señora, en un
último acto de rebeldía contra el mundo de un movimiento rápido y tenso se
arranca la vía que tenía puesta en el brazo que queda en su mano, goteando;
entonces deja de hablar y de moverse. Uno de los testigos de la escena se
acerca al control de enfermería a comunicarlo, pasará un rato antes de que se
la lleven, el cabrón del teléfono sigue el movimiento pero ni siquiera levanta
la cabeza. Hay otro gran revuelo en la sala y termina apareciendo el personal
de seguridad.
Lo único que
quiero es salir de aquí, pero tengo mucho dolor, estoy muy mareado y apenas
tengo fuerzas salvo para abrir y cerrar los ojos.
Echo de menos
trabajar en el hospital. Se me hace raro ser yo el enfermo. Entiendo
perfectamente los dos lados. Broma absurda. Me da lástima admitir que cada uno
solo está pensando en salvar y sacar su culo de aquí y buena suerte a los demás.
Me da pena la señora.
Diario D. 2X/XX/2016
Mejor de
salud.
Casi nadie lo
sabe, pero mi película favorita es Blade Runner, no exageraría si dijese que
tal vez la haya visto cerca de100 veces.
Siempre he
llegado a una conclusión muy particular sobre la escena final:
En medio de
una lluvia torrencial, Roy Batty, el replicante, después de haber dado una
paliza de muerte a Deckard, le salva la vida y pronuncia el famoso monólogo que
comienza con el ‘Yo he visto cosas que vosotros no creeríais’ para finalmente
morir.
Batty, entiende
mejor que cualquier ser humano la impotencia ante una muerte con el tiempo
medido, el volver a la nada, su ego disolviéndose y perdiéndose para siempre
como las famosas ‘lágrimas en la lluvia’. Al ser incapaz de llorar, transforma
esas lágrimas en el discurso de su propio funeral y tal vez salve la vida de
Deckard como una forma de respeto hacia el tiempo y la vida que a el ya no le
queda para obtener respuestas.
Como esto es
un diario y va de confesiones o desahogarse, no puedo más que sentir pura
envidia. Me explico: Nadie y absolutamente nadie quiere morir. El terror a la
muerte está grabado a fuego en nuestros genes. Nuestra mente inmortal sabe que
nuestro cuerpo se apaga y no podemos hacer nada. Pero si me ofreciesen haber
llevado esa vida de experiencias extraordinarias como ‘ver Rayos-C brillar en
la oscuridad más allá de la puerta de Tannhäuser’ a cambio de que mi vida
dependiese de una batería no recargable, firmaba ahora mismo. Él no tenía miedo
a vivir, al revés que la mayoría de las personas. Ni la saudade que tenemos los
gallegos, ni tenía que tomar pastillas que le hiciesen de muletas para poder
llegar al final de cada día.
Pero no
siempre fue así. Pero no siempre fui así. Utilizamos el silencio como arma para
aparentar que todo está bien. Nuestros pensamientos pretenden traicionarnos de
forma constante, pero por algún motivo conseguimos mantener el control.
Diario D 29/06/2016
Despierto de
madrugada, de repente, como aquella noche en la que tan solo era un crío. Abro
los ojos y siento que algo terrible va a suceder, tengo mucho miedo pero no me
puedo mover ni consigo decir palabra, la luz del pasillo que entra por el hueco
de la puerta casi cerrada del todo, lejos de ser la guía que me llevaba a un
sueño apacible se ha convertido en un golpe que me quita el aire, la sensación
de agobio es tan grande que soy capaz de notar hasta la última fibra de mi
cuerpo. Es tan grande el peso que me oprime que siento como si la cama se fuera
a romper en mil pedazos y yo a incrustarme en el suelo. No recuerdo nada más de
esa noche ni jamás hablé sobre ello.
¿Soportaríais
ver la imagen que veo yo en el espejo cada mañana desde entonces?, sentir esos
dos arañazos frescos bajo los ojos por donde se derraman mis ganas de forma
interminable, invisibles pero totalmente reales, como sentir el viento en tu
cara, pero un viento que no alivia ni refresca, un viento que quita el aire y
trae pena.
Así fue mi
despertar a una nueva realidad. Fui desconectado de Mátrix o como prefiráis
llamarlo. ¿Fue una bendición esta enfermedad? Si de alguna forma renací, pude sentir el
dolor de ese parto. Tan solo el paso de los años me revelaría la causa de este
don de malditos. Era algo terrible que venía enmascarado de profunda tristeza.
Pero no lo era. Todos ocultamos y callamos cosas. Hacer por olvidar para poder
sobrevivir. Intentar mantener el control. Todo termina siendo tan subjetivo que
tenemos que buscar un propósito más grande para no perder la cabeza.
Diario D 11/07/2016
Paseo por la
arena de alguna playa con las aguas en calma. Noto que hay algo brillante en
las arenas cerca de mí; encuentro un reloj de muñeca dorado con unas correas de
cuero negras algo gastadas; no tiene manecillas ni agujas y el cristal no tiene
ni una sola grieta. Noto su pulso sobre mi mano y entre mis dedos. Para mi
sorpresa se desprende de mí y se aguanta en el aire colgado de un hilo de luz
que llega hasta el infinito. Al final esa luz delgada gana en intensidad y
volumen y se termina convirtiendo en un árbol muy alto y de tronco anormalmente
fino. El reloj ha desaparecido, así como el resto de la gente que se encontraba
a mí alrededor mirando atónita. El árbol emite un fulgor dorado y cegador, todo
se vuelve blanco y desaparece. Desaparezco. Me despierto. Por un instante creí
recordar una melodía, pero solo queda silencio.
Este es uno
de los sueños recurrentes que siempre tenía mi padre. No puedo pensar más que
cuando uno va llegando al tramo final del viaje, ya sea de ida o de vuelta, uno
solo piensa en llegar a casa. Nada nos hace sentir más en casa que evocar
recuerdos de días especialmente felices, tanto gente como lugares que se juntan
para crear ese lugar que será nuestra última parada. Toda una vida convertida
en una imagen perfecta, en un instante para la eternidad, porque al fin y al
cabo la eternidad es solo ese instante en el que te sientes en casa.
Diario D 12/07/16
Recaída.
Disnea, sensación
de mareo, presión grande en la cabeza y muchas ganas de llorar.
Realidad:
hace años que no sé cómo se llora.
Recuerdo de
la adolescencia: tenía una amiga que siempre que me daba un abrazo echaba a
llorar, yo no lo entendía, ella siempre me decía que como sentía que yo no
podía hacerlo, lo hacía ella por mí. Nunca supe que decirle, ni alivio, veía
que estaba jodiendo de alguna forma a una persona que apreciaba –prefiero no
evocar más.
Motivo: Creo
que el sol no sale casi nunca en esta ciudad porque el pozo negro que llevo
dentro lo cubre todo.
Inquietud: pensar
que lo que el resto del mundo no puede sentir, la ciudad lo padece y es como si
tratara de advertir de la siguiente forma: sus calles vacías y mal cuidadas,
suelos rotos llenos de grietas e inmundicias, muros llenos de pintadas
reivindicando cosas que jamás sucederán, una ría totalmente contaminada,
edificios viejos que van regalando cascotes mientras las ratas y las cucarachas
bailan entre ellos, el llanto de animales abandonados, dos astilleros que no
son más que fango y chatarra habitados por las sombras de los miles que se
fueron. Veo a las palomas matarse por los restos que deja la gente en las
terrazas de los cafés, como si estas se hubiesen convertido en los actores de
un teatro donde se representa el comportamiento humano. Todo aderezado por un
fugaz sol de castigo o lluvias que compiten por ver que cruce se inunda antes.
Cuando paseo
me doy cuenta que soy uno más en medio de todo este veneno de gente. Un pulso
más de sangre gris de una arteria rota. Una corriente de actores con máscara, salpicados
de sangre y mierda con algún propósito.
¿Por qué
parecéis felices? ¿Lo sois? ¿Solo pensáis en lo que es estrictamente necesario
para vivir? ¿Cómo podéis alimentaros de algo tan anodino?
Ojalá pudiera
estallar dando un grito tan horrible que os causase tanto dolor que os abriera
los ojos para siempre. ¡Cómo me gustaría poder regalaros toda la ira que llevo
dentro! ¡Me encantaría veros arder hasta que no quedase nada y solo reinase el
silencio más absoluto!
Dos días sin
tomar las pastillas. Navegando en el paroxismo de la ira.
Estaré mejor
y volveré a recuperar el control.
Diario D 15/07/16
Creo que si
el sentido real de la vida no nos ha sido revelado es porque realmente no
estamos preparados para ello. Sí, cuando uno tiene depresión y ansiedad ha
pensado mucho en estas cosas, no solo en que se va a morir todo el rato. Hasta
del día de agonía más grande pueden salir cosas brillantes, tal vez incluso sea
el momento en el que más brillamos; tras pasar el trago amargo se abren puertas
cada vez más grandes. Luchamos. Somos
productivos, tenemos un calendario con sueños y objetivos que vamos cumpliendo
desde nuestra perspectiva particular. Porque os garantizo que la percepción
sobre lo que nos rodea cambia y nos cambia a un ritmo mayor que a otras
personas. También es cierto que he conocido a gente que se ha rendido hasta
marchitarse de todo, pero de momento, este no es mi caso. Por mucho daño que me
haga, tengo la bestia de la ira controlada. No he perdido lo más importante
aún: la inmensa capacidad de amar todas esas cosas que me encantan de la vida y
mi tenacidad por ver todas mis preguntas resueltas.
Está claro
que la vida es algún tipo de regalo dado que ninguno de nosotros ha pedido
nacer; al ser algo tan común no nos damos cuenta de la inmensa suerte que hemos
tenido, somos nosotros los que estamos aquí ahora mismo, por suerte o para
desgracia (no hay dos vidas iguales), aunque lo que es bueno y malo sea
totalmente subjetivo, frente a los que nunca saldrán de la nada absoluta, a la
que un día volveremos. Nosotros, si, de entre miles de millones que podrían
haber sido.
Como
posiblemente esta sea la última entrada de este diario en mucho tiempo, os voy
a regalar mi visión de la vida, no para que os guste, disguste o se entre a
debate, simplemente me apetece que quede constancia.
¿Nunca habéis
escuchado a alguien decir: mi consuelo es que todo esto que me gusta seguirá
aquí cuando yo ya no esté, o algo similar?
Yo creo que
es precisamente lo contrario, cuando una persona desaparece, deja de ser,
muere, todo lo que esta había conocido vuelve a la nada. Un mundo entero
desaparece para siempre. Que hay tantos universos y mundos como seres vivos y
si queda algo de nosotros es porque otro ser ha decidido incluirnos en el suyo.
Lo mismo es aplicable a nuestro planeta, que también está vivo, cuando muera,
absolutamente todo y todos desapareceremos.
Pienso que
entre todos los seres vivos y por nuestros actos mantenemos algún tipo de
equilibrio que contribuye a la continuidad de este milagro para que tal vez
algún día si llegamos a estar preparados la respuesta a la gran pregunta nos
pueda ser revelada.
Tal vez para
mi esa sea la única respuesta a por qué es necesario vivir y a pesar de todo lo
que se sufre intentar sacar la mejor. Para crecer y llegar muy alto, dejar
nuestra marca en otros mundos, que nuestras raíces puedan crecer libremente y
extenderse por la tierra, que sean cimientos sólidos para la continuidad de
este equilibrio y para que en este tiempo que se nos ha dado, hacer los otros
mundos mucho más grandes y plenos. Hasta el día que estemos preparados. Feliz y
larga vida, a pesar de todo lo que no entendamos.
En algún
lugar cerca de la costa. Hoy hace sol, pero no castiga a nadie.
David Beceiro
Puentes.