domingo, 20 de noviembre de 2016

Círculo de transmutación



 Tiempo atrás me comentaron que esos árboles que tanto me gustan, aquellos cuyo tronco y ramas se han curvado como dejándose llevar por el viento, casi tocando el suelo, tienen una simbología triste o negativa, porque su forma es perfecta para dar cobijo, pero sin embargo están podridos por dentro, se han quedado vacíos. Y a pesar de todo, mundo egoísta, no solo murió de pie el árbol sino que además fue pilar, centro, reposo y memoria de toda la vida que a su alrededor siguió girando. Y aun después de muerto sus restos seguirán siendo coraza de aquellos que queden y vengan, como las huellas que vamos dejando en las personas.

Abres una puerta, otras cien se cierran, vamos eligiendo un camino. Para conseguir algo se ha de entregar algo equivalente a cambio. Quiérelo todo, piérdelo todo.

Unas veces nos convertimos en un vaso lleno de agua que se desborda en medio de la nada y en cambio otras veces somos un vaso vacío que flota en medio de una tormenta de olas tan altas que no dejan ver sol, cielo o nubes perdiendo toda referencia.

A pesar de todo, por algún motivo, el vaso no se rompe. 

Sobrevivimos, nos adaptamos, mejoramos. Seguimos luchando.

Termina siendo una cuestión de perspectiva, tan grande puede llegar a ser nuestro sufrimiento que nos sentimos como la cosa más débil e insignificante del mundo, creyéndonos a salvo escondidos en nosotros mismos de tanto daño, habiendo olvidado lo más importante, y que no os engañen.

Somos los más fuertes.

Dedicado a Tere.


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